Como un sicario cuya próxima víctima fuera un miembro de su propia familia, aguardo emboscado entre las sombras la ocasión propicia a la misión.
Por un lado, conservo el temple característico de mi condición profesional. Por otro, me asaltan los remilgos propios de la persona común que, mal que me pese, no he logrado suprimir del todo.
Sólo un instante la duda me atenaza; apenas dura un suspiro cierta vacilación entre el escrúpulo y la bravura. Enseguida recobro mi clásica ubicación más allá del celo y del recelo: con el arma en la mano, yo soy puro acto sin posible redención.
Escrito por Proteo a las 27 de Junio 2004 a las 12:46 PM