Se consumen las últimas miradas
no correspondidas como pitillos
prendiendo solos en el cenicero.
Se dan poco peso los gestos
agonizantes, apenas esbozados
en un papel o una pantalla:
quisieran rugir, pero no pueden
ir más allá en su afonía
de abusos, ruido y excesos.
Arden los deseos en su fogata
sin mordiente (azul es el color
de la ansiedad cuando se apaga).
Se desmorona la pared de arena
al coincidir en su cimiento la luz,
el aire, el agua y la ocasión
aciaga en contra siempre.
Aletean los polluelos sin calor:
morirán pronto si no vuelan
lejos de este nido que les humilla
con sus signos contradictorios
ora risueños, ora dolientes.
Se consuela este amanuense
al coincidir los meros hechos hueros
con el intrínseco vacío del sentido,
y la nada posterior a los triunfos
se precipita amorfa sobre la nada
absurda y absoluta del principio.