Como una peonza, giro y giro en torno a un mismo punto. Soy el que más vueltas da, y el que menos se mueve en todo el patio.
Los cambios no me afectan: pasan por encima de mí. Lo más propio que tengo, me lo quedo en mi interior. Por eso, me hacen reír los reproches que me hacen desde que tengo conciencia de mí: voluble, contradictorio, siempre en mutación.
El eje lo llevo dentro. Como la veleta en lo alto del campanario, sólo obedezco el empujón del meteoro: yo me muevo con los vientos (con las voces, no).