Quiero sopesar cada paso que doy sin llegar a calcularlo, ni en su distancia, ni en su amplitud.
Quiero que la ligereza siga mandando en mi vida, aunque le infunda la leve dislexia que acarrean los años (el acento cambiante, la complicidad dudosa).
Quiero amar y ser amado aún como promesa de extraños quehaceres ultramontanos, incluyendo al agua y a su circulación.
Quiero seguir al margen del mundo para poder continuar morando en mi centro, que es el del cosmos y el de las mariposas raras y las amapolas.
Quiero elevarme, quiero bajar y quiero irme: quiero estar siempre rebatiéndome, aun incluso a mi pesar.
Quiero admitirlo todo como parte necesaria de un plan que no conozco, pero con el que oscuramente comulgo.
Quiero la cera ardiente en los dedos y el pebetero, en la planta de los pies.
Quiero acudir a la llamada sin moverme del asiento porque, con mi pasividad, no he de impedir que las bocas se sigan abriendo y cantando sin cesar.
Quiero estar mientras me ausento.
Quiero darme la ocasión de escuchar el anuncio del penúltimo tren: el que mantiene expeditas las vías de obstáculos, y amoldable el ritmo del corazón.
Quiero saber ignorando.
Quiero ver.
Quiero que seas tú, quien llama a la puerta, y que lo sepas. Quiero que quede entreabierta para empastar, sin tener que amasarlos, tus velos de recién aparecida y mi embozo de perpetuo ocultador.
Escrito por Proteo a las 24 de Abril 2004 a las 01:15 PM