Se precipitan las palabras
dichas, se precipitan
y se despeñan, se dejan la piel
en las rocas, en el saledizo
aquel donde tu verbo fue a impactar.
Se caen rodando
los adjetivos ladera abajo,
como si fueran vórtices o peonzas
o veletas que ignoran a dónde apuntar,
si a la connotación movediza
o a la insulsa denotación.
Se deslizan
los adverbios por la loma-tobogán,
descienden los participios
en vertical, describiendo una línea
recta plomiza, casi un adiós:
no saben remontar
el vuelo las palabras
tuyas del acero
como el agua o la sal,
perecen en cuanto las sueltas
y, desamparadas,
dan miedo.
Claridad y miedo.