Guardé la compostura mientras fue posible. Mantuve cierto grado de elegancia en los gestos. Me conduje con el aplomo que requería cada situación: yo era un dandy con vaqueros.
En las épocas de bonanza, adopté un aire distraído, como de quien no conoce la jactancia y se conforma con lo que le dan.
Cuando vinieron las lluvias y los chuzos de punta, supe endosarme el chubasquero como otros el bañador: por el lado brillante y resbaladizo (mitad coraza, mitad navegador).
Yo fui de los que cruzaron el desierto a la ida y a la vuelta, y pocas travesías se han cubierto con mi confianza y aplomo: para beduino, yo.
Rasgué el velo de la oscuridad despreciando el interruptor.
Me hice con un fajo de leyendas, que luego apostaba en timbas de mala muerte: el azar, si existe, se deja domar a veces.
Fui forajido, caballero andante, torero en mi salón, submarino amarillo surcando las lagunas interiores.
Fundé imperios que duraron un sólo día, y colonias cuyos diezmos aún percibo (clavo, canela y un poco de café para el almuerzo).
Escalé los picos más elevados para poderme deslizar después como por un tobogán de ensueños y de quimeras.
Di una de cal y otra de arena.
Fue mi vida una ardiente palpitación irresuelta y roja.
Así que no se dejen impresionar por mi actual apariencia de mendigo estéril y desaforado: es sólo mi encarnación vigesimotercera. En la próxima, mostraré maneras de goleador.
Escrito por Proteo a las 27 de Abril 2004 a las 12:00 PM