Ya no puedo refocilarme en mi propia nada: ahora las voces prosperan y se enlazan, describiendo volutas de candor sobre una pizarra de frío.
Ya no deletreo la palabra n-á-u-s-e-a , no podría con sus hebras de lamentos espurios. Me decanto por la unción de los susurros, ambiguos camaradas en cuyas alas (ligero y confiado) mi mente deposito.
Ya no aborrezco: sólo bendigo. Que los signos, por esta vez, no son aciagos, sino alabanza: mano y andanza, visión y canto.