Correteando igual que niños
por pasillos que no conocen
a la busca de un parapeto
tras el que poder intimar.
Deslizándonos como gusanos
a ras de un suelo bello,
tal que aguas recién liberadas
bebiendo su propio mar.
Susurrando en pleno día
preces perfectamente opacas
(sobre todo para nosotros,
que las tenemos que rezar).
Alzando las copas de oro
con su contenido en ciernes
por una vez, los dos coincidimos:
puro unísono en presente.
Desde entonces, no es igual
inventarte que saberte:
la soledad es algoritmo
que salva, pero no siempre.
Si ahora yo monologo,
es porque me vas a contestar.