Expulsado de un jardín del que nunca fui jardinero, vago con mi azadón por los huertos del extrarradio.
Visito a sus propietarios, hablo a unos y a otros, les expongo mi deseo de trabajar para ellos: podando los frutales, practicando injertos y acodos, arrancando malas hierbas (aunque yo nunca las llamo de ese modo: para mí, todas las plantas son buenas), en fin, partiéndome el lomo para sacarles a sus tierras el máximo rendimiento.
Pero es en vano todo.
Nadie quiere tratos con un operario a quien echaron de un lugar al que ni siquiera sabía que perteneciera. Es imposible aportar como experiencia aquello que, en mi fuero interno, conservo aún como un enigma.
Escrito por Proteo a las 10 de Mayo 2004 a las 09:33 PM