En el principio fue el aquelarre del desenlace.
Todo empezó cuando se descartaron
los balances, el saldo final, el último día,
la cifra, el plazo, el punto redondo
que ponen Blas y su emisario,
el guarda del Jardín de las Delicias.
En el principio fue asesinar
al contable de las cuentas falsas,
pues lo valioso de veras
no es en absoluto mensurable.
En el principio fue el principio
vasto e incontrolado,
la llanura empezando siempre,
las laderas ascendiendo siempre,
sin cimas ni horizontes,
sin muerte quizás, sólo una lenta
propensión hacia afuera
y a lo lejos, a lo lejos
la promesa de un nuevo comienzo
(el viejo inicio de todos los años),
a lo lejos la evidencia de esta ley
oscura a la que el pionero se somete:
que la resurrección se demuestra muriendo
y la nada es un espectro de la mente.