Es cosa hecha
(ni sabida, ni demostrada):
la primera incisión
no corta, pero derrama
la sangre más bella.
Luego vendrán los tajos
eficaces (más o menos deseados,
pero todos iguales: hoja que saja
y desventra el cuerpo místico,
el ferviente corazón
que es el que espera
y es el que sacia).
Luego será libada la hiel
del crucificado en rituales
de claro contenido pagano:
el que la hace, la paga
y el que se abstiene, no.
Luego se abrirán los caminos,
golpearán las puertas en sus quicios,
darán las doce en el reloj de la plaza
abandonada por la población flotante
en beneficio del show encajonado
por el cauce de la expectación.
En cualquier caso, mucho después
de que el cuerpo haya sido devorado
por los sarcásticos comensales
de la Última Cena de esta semana,
se hará evidente
(no demostrado, ni concluyente)
que era el pinchazo inicial
el que nos desgajaba:
no la espada de hoja de acanto,
no el filo y su aura persistente.
En cualquier caso, desfallecer
fue un acto por completo voluntario
de la esperanza, solamente.