La curva es bella (dicen ahora). Es cierto. ¿Por qué tardaron tanto en dar el dato? Yo tengo una hipótesis impersonal y, por tanto, aventurada: para apreciar a la curva en lo que vale, hay que mirarla curvándose, dar de lado a la rigidez y la sequedad propias de la recta. Para abrirse a la hermosura propia en las líneas que fluctúan, hay que abjurar de los filos que cortan y que cierran, hay que abstenerse previamente de la completa identidad. Previo al espectáculo de volúmenes blandos, de bordes borrosos, de los cuerpos en proceso perpetuo de sublimación, se requiere abonar el peaje de la renuncia (al propio perfil rematado) y de la entrega (de la identidad consumada y estéril). Si se aspira a comulgar con la voluta, con la espira, con el trazo sensual del áspid enroscado, antes uno debe aprender a oscilar.
Sólo entonces, como justa retribución simbólica a la disolución material del suplicante, el yo que se atenaza en su cuadrícula de certezas podrá asistir al ritual del orbe vibrátil (y tiernamente ligado) que se encarna en la carne de la curva triunfante.
Escrito por Proteo a las 23 de Enero 2006 a las 12:56 PM