Lasciate ogni speranza, voi che entrate
Dante Alighieri, La divina commedia
Lo primero que te hacen cuanto mueres es taponarte todos los huecos, no vaya a ser que el aire se cuele de nuevo dentro y te devuelva la capacidad de obra y pensamiento.
A continuación, te envuelven todo el cuerpo en una vaina (mortaja, la llaman creo) para impedir que, de despertar, salgas corriendo: dejan, eso sí, tu rostro expedito para que pueda ser besado, pero te cosen los labios primero, para que no puedas besar.
Te meten luego en una caja estrecha, por si todo lo dicho no fuese bastante para inmovilizarte (¡como si una momia no pudiese perdurar igualmente: con la mente!). A veces, para lograrlo, deben partirte los brazos: por lo general, los difuntos perecemos rectos, pero no siempre.
Unas horas más tarde, te trasladan a un depósito de cajas con mortaja incorporada, eso si no han optado por prenderte fuego tus familiares. Te deslizan por un hueco practicado en la pared, y lo tapan con cemento (por eso le llaman al recinto: cementerio).
Una vez allí, en tu última casa, comienza realmente LA OTRA VIDA, esta desde la que te estoy hablando: un tiempo sin espacio, una boca deslenguada, una luz en el cerebro que no se resigna a dejar de hablar, y habla.
Todo esto te lo cuento (a ti, que aún estás al otro lado: yo te veo) para que sepas lo que te aguarda, y abandones la esperanza de poder llegar a reposar una vez muerto. No, señor: un segundo apenas después de fenecer, se produce el auténtico comienzo. Tu viejo sueño de existir perpetuamente se revelará entonces en todo su esplendor de pesadilla.
Te lo garantiza quien esto firma: tu seguro servidor, el que no muere.
Escrito por Proteo a las 21 de Febrero 2006 a las 01:11 PM