Eres una semilla en medio de la oscuridad y no sabes si creces hacia arriba o hacia abajo (TOM WAITS)
Eres un punto en el vacío más absoluto, pero estás rodeado de cosas que te agreden y defiendes. Eres una promesa que se ha formulado al revés de como debiera (la satisfacción, primero). Eres el furgón de cola de un convoy que descarrila justo en el trayecto que le llevaba directo al cementerio. Eres la última argolla en el cuello de la mujer-jirafa: la que la decapita. Eres el último exponente en el arte de la sandez transmutada en maravilla. Eres el capitán de un barco desvencijado que navega por aguas de todos y que reposta en puertos flotantes que no pertenecen a nadie. Eres la enroscadura por la cual tú mismo te desenredas (eso sí, de vez en cuando: el resto del tiempo lo vas quemando en inútiles empresas condenadas al fracaso). Eres el surtidor de una gasolinera cerrada por vacaciones: el camión-cisterna ha llegado y no sabes qué hacer. Eres la divagación canalizada por años y años de práctica en la dura disciplina del delirio. Eres la imposibilidad de mantenerse quieto, petrificada en un gesto de cambio constante. Eres el párpado que se levanta cuando quiere y desciende cuando lo abaten. Eres la correa de transmisión con granos de arena gruesa en el engranaje: todo se detiene cuando se interpone la materia de por medio. Eres el fluido humano en su estado de magma evanescente. Eres la botella medio vacía cuando la están llenando y medio llena cuando la están vaciando (a no ser, claro, que ya te la hayas bebido, impaciente como eres por naturaleza). Eres el atajo más largo entre dos puntos alejados entre sí apenas un par de pasos. Eres la contradicción encarnada en forma de afirmación pura y sin matices. Eres el no lleno de mañanas aún por florecer. Eres la espera. Sólo por eso vale la pena este sacrificio de vidas y pieles a las que renunciaste y que, tal vez, podrás endosarte de nuevo un día de estos
Cuando me hablas de las vistas que disfrutas desde la azotea, yo salivo pensando en la tiniebla del sótano.
Cuando alabas la humedad del norte peninsular, yo sueño con el viento seco de las islas del sur.
Si cantas a la luz tenue de la luna, empiezo a añorar el sol.
Siempre estoy en el lado opuesto. Soy el lógico complemento, la dialéctica compensación, el contrapeso sin el cual la circunferencia del mundo no se cerraría.
Sin mi sustancial contestación, tu pulsión afirmadora quedaría ciega, parcial y coja.
Soy un bombero pirómano: con una mano invoco el frío y con la otra, me estoy quemando.
Soy un espíritu bimembre, un cerebro desdoblado, el corazón que se partió en dos por dos, cuatro (las aurículas suben-bajan, los ventrículos se contraen y se dilatan, todo ello a lado y lado del espejo).
Soy la promesa que a sí misma se contesta en forma de inquisición nuevamente insatisfecha.
Soy el actor y el representante, el hombre-orquesta que ameniza toda fiesta, a condición (por favor) que no aparezca el hierofante.
Soy mi público y mi privado, el onanista ubriaco de las fantasías cautivas (sus trucos se remontan al más remoto pasado), la trompa del elefante y la cola del ratón que le muerde el gran talón no tan sólo por delante.
Soy el alfa balbuciente y la omega que renquea: entremedio, un sentido ¡ay! y cien fingidos ¡qué sé yo!
Soy la avenida desbocada que se aboca, la muy falsaria, a sus propios estiajes. Todo fue principiar la filtración y vislumbrar desde muy lejos el peor de los embalses, todo fue resbalar entraña adentro y aparecer (nuevo de nuevo) aspirando a la emersión.
Ese es mi reto; esa, la condenación: vívido y tantálico, arrítmico sincopado, elevo mi andamiaje sólo para poder ver mítiica evidencia bajo el dictado cíclico del sol cómo mi otro yo, mi fraticida hermano gemelo, rápidamente lo abate.
Somos la mala yerba, el pasto inútil que pisan tus botas, la pradera rala sobre la que elevarás tus construcciones de fuerza y autoridad.
Somos la especie mala de combatir e imposible de erradicar: el indómito matorral, la ortiga que te pica las piernas, la enredadera que revienta tus murallas y abate una tras otra todas tus fronteras.
Somos la planta endémica que no da fruto, la flor sin color y casi sin aroma, la cosecha vecera imposible de comercializar.
Somos la voz afónica con la que nunca podrás pronunciar nada, el gesto inane descrito en el vacío, el esfuerzo sin resultado, el atisbo que no sabrá nunca de la consumación.
Somos el grano en plena cara, el flemón en tus encías, la hemorroide de tu ano. Somos la herida que no sangra y cicatriza mal. Somos la pus dentro del cuerpo, la bilis opaca, el humor negro, la secreción que tú mismo produces con cada abuso, cada invasión, cada gesta de rapiña que tú esparces por los suelos (como semillas de odio que no van germinar: la tierra las rechaza).
Somos muchos y no nos ves.
Somos rebeldes y no suponemos ninguna amenaza: Tenemos el coraje de ser humildemente, a pesar de tus múltiples campañas de exterminio y bandidaje.
Han segado mil veces nuestras cabezas. Nos has partido las piernas, contrataste pistoleros para que cayéramos por las esquinas, promoviste cruzadas enteras en contra nuestra por no aceptar que NO somos tus esclavos, ni siquiera tus obreros: somos nuestros propios amos, libres, soberbios y desamparados.
Y recuerda esto, viejo fascista, tribuno romano o caudillo popular: por más que me extermines a mí, aniquiles a ese o encarceles al de más allá, tú no has de conocer el día en que puedas dominar el mundo sin oír nuestro grito de resistencia, que a la vez es testimonio de oposición y credo de soberanía. Seremos siempre el coro trágico que, con los ojos abiertos y la boca cerrada, impugna todas y cada una de tus fechorías ante el Tribunal Supremo de la Extinción Final.